Los océanos absorben el dióxido de carbono que el mundo emite a la atmósfera, lo que provoca cambios en la química del agua de mar y, a su vez, en algunos ecosistemas y organismos marinos.
El principal cambio es la acidificación gradual de los océanos debida al aumento de las emisiones de dióxido de carbono (CO2), el principal motor del cambio climático, es una amenaza sobre algunos organismos marinos, como almejas y otros moluscos, y harán que tengan más dificultades para formar su caparazón o su esqueleto. Es una mala noticia no solo para los propios organismos, sino también para las personas que dependen de ellos.
Conforme aumentan los niveles de acidez en los océanos, algunos organismos absorben y acumulan más radionucleidos o metales que otros, crecen más lentamente o necesitan más alimentos para sobrevivir. A fin de comprender mejor los efectos de la acidificación y el cambio climático y como un primer paso para combatir el problema, los científicos de todo el mundo rastrean todos estos cambios en almejas, corales, caracoles marinos, mejillones, ostras, etc. con técnicas nucleares e isotópicas.
Las técnicas isotópicas y los efectos de la acidificación de los océanos en los organismos marinos calcificadores
La acidificación de los océanos incluye una serie de cambios en la química del agua de mar, como una disminución de su pH, lo que indica que la acidez está aumentando. Estos cambios son cuantificables: desde el inicio de la Revolución Industrial, el pH medio de los océanos ha disminuido en 0,11 unidades, lo que equivale a un aumento de la acidez de aproximadamente el 30%.
Aunque es difícil estimar el impacto total de la acidificación de los océanos en la vida marina, sabemos que, por debajo de un pH determinado y de la correspondiente concentración de carbonatos, las condiciones se vuelven corrosivas para el carbonato de calcio, un componente fundamental que muchos organismos utilizan para formar su caparazón y su esqueleto. Esto puede dificultar la capacidad de estos organismos para generar caparazones y huesos, por lo que se vuelven frágiles y sus posibilidades de supervivencia disminuyen. Algunos corales, los caracoles de mar diminutos (pterópodos), las almejas y los mejillones (moluscos bivalvos) y el fitoplancton calcificador parecen ser especialmente sensibles a estos cambios.
Las técnicas nucleares e isotópicas utilizan isótopos radiactivos, como el calcio-45 o el carbono-14, como trazadores precisos para medir, por ejemplo, la calidad de la calcificación y la velocidad a la que se produce en los organismos calcificadores, como los mejillones, almejas u ostras, que forman su caparazón o esqueleto a paritr de carbonato de calcio, un mineral de origen natural que se encuentra en el océano.
Para ello, vierten una cantidad conocida de calcio-47 en una acuario lleno de agua de mar en el que también hay, por ejemplo, almejas. Al medir la cantidad de carbonato de calcio radiomarcado que abosorben estos organismos a lo largo del tiempo, los científicos pueden evaluar este proceso de calcificación y utilizar esta información para examinar atentamente las consecuencias de la acificación de los océanos.
La acidificación de los océanos provoca que las almejas y los mejillones tengan más dificultades para encontrar el material que necesitan para crear y mantener su caparación ya que el carbonato de calcia reacciona debido a la acidez del agua.
Los estudios realizados como el del Laboratorio de Radioecología de la Universidad de Estambul (Turquía), descubrieron que, expuestas a unas condiciones de agua de mar ligeramente acidificada, las almejas absorbían el dobe de cobalto del que absorberían en condiciones de control equilibradas, mientras que otros organismos marinos, como las ostras, han mostrado un mayor grado de resiliencia.
El cobalto es un metal pesado necesario para el cuerpo humano en cantidades mínimas, pero que en concentraciones elevadas resulta tóxico por lo que esto pone de manifiesto que la acidificación de los océanos no sono plantea un riesgo para las almejas, sino también para las personas que las ingieren.
Esta situación puede tener consecuencias socioeconómicas más amplias en comunidades costeras como las de Turquía, que dependen de los alimentos de origen marino para el consumo local y la exportación a países europeos.