Max Born, el hombre al que Einstein escribía cartas

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El Nobel de Física en 1954 mantuvo una rara y cercana amistad durante cuarenta años con el gran científico del siglo XX, pero sus puntos de vista sobre la ciencia eran totalmente irreconocibles. Einstein recurría a él siempre que tenía dudas sobre la mecánica cuántica y fue a quien dirigió su famosa frase: «Tú crees en un Dios que juega a los dados y yo creo en la ordenación total»

 

 

Max Born nació el 11 de diciembre de 1882, hace hoy 135 años en el seno de una familia judía de Breslau, entonces la capital de la provincia prusiana de Silesia y hoy la ciudad de Wroclaw en Polonia. Hijo de un anatomista y embriólogo, y de la heredera de una acaudalada familia de industriales silesios, fue alumno de célebres matemáticos, como Klein o Minkowsky, en «la meca de las matemáticas teutonas», la Universidad de Gottinga, tras haberse entrado previamente a fondo en los números en las de Heidelberg, Breslau y Zurich. En 1921 fue nombrado catedrático de física teórica y doce años más tarde sus raíces le obligaron a hacer las maletas y abandonar Alemania, que no quería entonces sangre judía en sus venas. 

Emigró junto a su esposa a Cambridge y, después, a Edimburgo. No regresó a Alemania hasta 1954, con el país libre ya de esvásticas, año en el que recibió, junto a Walter Bothe, el Nobel de Física por sus trabajos en mecánica cuántica, padre de su estructura filosófica, todo un genio en la materia. Tanto que hasta el mismísimo Einstein recurría habitualmente a él para consultarle sus dudas al respecto.

Con el célebre científico mantuvo Max Born una especial y peculiar amistad durante toda su vida. Y eso que sus relativas a la naturaleza de la física eran opuestas, hecho que admitía con franqueza cuando escribía sobre sus disputas científicas. Y precisamente fue el propio Einstein quien le instó a hacer las maletas cuando la cosa empezaron a ponerse feas en tierras de Hitler y ambos alimentario una regular correspondencia a base de dudas y respuestas, teorías y discusiones encarnizadas. Entendían la naturaleza de forma radicalmente opuesta. «Tú crees en un Dios que juega a los dados y yo creo en la ordenación total y en las leyes de un mundo que existe objetivamente y que trato de captar en una forma frenéticamente especulativa», le escribía Einstein en sus cartas.

Max Born y Albert Einstein fueron amigos, cercanos y raros, durante más de cuarenta años, pero sus puntos de vista sobre la ciencia eran totalmente irreconciliables. Entendía el primero, como la mayoría de los científicos de su época, que la base del mundo material era el comportamiento puramente casual de las partículas elementales del átomo. El segundo siempre se mantuvo seguro de que todo hecho respondía a una causa, y, así, se dedicó toda su vida a buscar empecinadamente una explicación más profunda que pusiese orden en el aparentemente caótico mundo subatómico. 

En las misivas que Max Born y Einstein intercambiaron entre los años 1916 y 1955 hay un tema, que ambos abordan con especial preocupación, en el que, sin embargo, sí se muestran de acuerdo: las implicaciones sociales de la nueva ciencia, las armas atómicas. Además de discutir sobre las ondas de Schrödinger, de compadecerse por su condición de judíos alemanes en el exilio y de intercambiar satíricos comentarios sobre sus colegas científicos, tanto uno como el otro acabaron lamentando, tras el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki en 1945, la «desgracia que nuestra alguna vez hermosa ciencia ha traído sobre el mundo».

Pero, ¿por qué fue tan importante Max Born? ¿Por qué Einstein le espetó eso de que «Dios no juega a los dados con el universo»? ¿qué es lo que defiende el abuelo materno de Olivia Newton John? El físico introdujo el concepto de probabilidaden la ecuación de Schrödinger. Antes de él, se creía que las leyes de la naturaleza eran deterministas, que todo tenía una causa, que el estado actual determinaba por tanto el futuro. Que no existía el azar, ni los sucesos aleatorios, que el mañana era predecible a partir del hoy. La interpretación de Born supuso que que el comportamiento individual de las partículas quedase manifiestamente indeterminado. Abrió a puerta a la acausalidad, y enunció uno de los principios fundamentales de la física que cimenta la mecánica cuántica, el de la complementariedad

Para la mayoría de los físicos, la mecánica cuántica supuso un auténtico terremoto. Plantearse que no todo puede comprenderse, que no todo puede medirse, que todo tiene una explicación causa-efecto. Max Born estaba seguro de que el universo es como un gato: tiene un núcleo caótico.  

 
 
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