Marie Curie falleció un 4 de julio de 1934 y enterrada en el cementerio de Sceaux. En 1995, 61 años después, sus restos fueron exhumados y llevados al Panteón de París. Se temía que emitiesen niveles nocivos de radiación, tal y como ocurre con sus cuadernos de laboratorio, pero no ocurrió. En los restos no había radio, lo que sugirió que la enfermedad que causó la muerte a esta gran científica no se debió a los elementos radiactivos que manejaba, sino a una excesiva exposición a los rayos X cuando manipulaba su peculiar invención: Les petites Curies.
Es de sobra conocidos sus logros, sus descubrimientos y los dos Premios Nobel que recibió junto a su marido, no obstante, no lo es tanto su labor durante la Primera Guerra Mundial, inspirada por su espíritu humanitario y por su devoción hacia su país de acogida.
Con el estallido del conflicto y la amenaza de una invasión alemana cerniéndose sobre París, la vida cotidiana quedó suspendida, incluyendo las investigaciones de Curie. El gobierno francés se trasladó a Burdeos, y allí viajó también la científica llevando su tesoro más preciado, un gramo de radio en un cofre de plomo, que depositó en la caja fuerte de un banco.
Al contrario que otros científicos, Curie no buscó refugio en Burdeos, sino que regresó a París. Deseosa de contribuir al esfuerzo bélico, compró bonos de guerra y quiso donar al gobierno las medallas de oro de sus dos premios Nobel, un regalo que no fue aceptado. En su lugar, optó por poner su ciencia al servicio del ejército francés.
La investigadora sabía que en los campos de batalla el tiempo de reacción era crítico para curar a los soldados heridos, pero los médicos militares se veían obligados a trabajar con medios deficientes. En concreto, los rayos X se habían convertido en una herramienta de enorme utilidad para los cirujanos desde su descubrimiento por Wilhelm Röntgen en 1895, no obstante, las máquinas sólo estaban disponibles en los grandes hospitales. Curie se propuso llevar la radiología hasta las líneas del frente en automóviles con máquinas de rayos X portátiles.
No era un empeño fácil. Para comenzar, Curie era investigadora, no médico. Desconocía el manejo clínico de los rayos X, y ni siquiera sabía conducir. No solamente tuvo que aprender radiología, sino incluso a cambiar una rueda o limpiar un carburador. Para equipar su primer vehículo, contó con la ayuda de la Unión de Mujeres de Francia y de la Cruz Roja, ya que las trabas burocráticas del gobierno eran excesivas. Les pidió dinero y construir la primera "Petite Curie" (Pequeñas Curie), nombre con el que se conocía a estas ambulancias.
Y después más mujeres vinieron a su ayuda. Por un lado, mujeres ricas francesas que donaron más vehículos; y por otro, voluntarias que fueron capacitadas (tanto por Marie como por su hija Irene, otra ganadora de un Nobel en Química) para trabajar como operadoras de rayos X.
Pese a todas las dificultades, Curie consiguió equipar su primer coche convertido en camión. Lo hizo con máquinas portátiles de rayos X inventadas por el español Mónico Sánchez Moreno. Estas producían los rayos X con tubos de Crookes, las cuales requerían una fuente de electricidad. Para ello, Curie adaptó una dinamo al motor del vehículo, el cual contaba además con material fotográfico y cuarto oscuro para revelar las placas.
Mujeres formadas para manejar los Petites Curies
En 1914, el primer camión estuvo listo para trasladar a la propia investigadora al frente en la batalla de Marne. Con el tiempo y el apoyo económico de amistades, Curie llegó a equipar 20 vehículos y a formar, con la ayuda de su hija Irène, a 150 mujeres encargadas de operar aquellas unidades móviles. Se estima que la flota de los que pronto se conocieron como "Les Petites Curies" (Pequeños Curies), así como los 200 servicios fijos de radiología que la científica distribuyó por los hospitales de campaña, permitieron tratar a más de un millón de soldados heridos.
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