Se llaman Gabriela, Ángela y Denisa y son las tres únicas alumnas del colegio de Torrecilla de la Abadesa (Valladolid), que el año pasado estuvo a punto de cerrar
"Los niños de la ciudad están empapados de las prisas de sus padres -dice su maestra-, aquí viven al ritmo que marca el paso de las estaciones, son más libres, más niños"
Sólo existen cinco aulas de este tamaño en nuestro país y las cinco están en Castilla y León
Existe una escuela donde las clases empiezan a las diez de la mañana, donde no hay que hacer fila antes de entrar, donde las cosas te las pueden explicar 3.500 veces a ti solo, donde se escucha y se huele la tormenta media hora antes de que llegue, donde es imposible copiar y donde sería ridículo pasar lista.
Y ello es porque todas las alumnas de la escuela cabrían juntas en un 600. De forma holgada. Incluida la maestra que iría al volante con las ventanas abiertas.
La escuela más pequeña de España está en Torrecilla de la Abadesa (Valladolid), estuvo a punto de cerrar el año pasado, dispone de un patio de 26 kilómetros cuadrados -el tamaño del término municipal- y tiene únicamente tres alumnas.
¿Y qué es lo que más te gusta de dar clase aquí?
La maestra Laura Velicia se lo piensa mucho. Más de lo que imaginan. Contesta la pregunta pasadas unas horas. Definitivamente, este es otro ritmo.
-Lo que más me gusta de la escuela rural, preguntabas antes... son cosas como que pasen las ovejas y que parezca que se para el tiempo... ¿Sabes?, aquí es más fácil recordar que lo bello está en lo sencillo.
Una educación así se puede resumir por la horizontalidad: las cuatro en la misma mesa. Por la flexibilidad: si hace bueno, terminan dando clase en el mirador o en el parque. Por su renglón a fuego lento. También por una imagen insólita y definitiva, ahí está: debajo de los abrigos, las únicas tres alumnas de la escuela más pequeña de España han dejado sus zapatillas de andar por casa.
La escuela de Torrecilla de la Abadesa (288 habitantes) pertenece al Centro Rural Agrupado (CRA) Padre Hoyos, cuyas otras dos aulas están ubicadas a 25 kilómetros, en la localidad de Torrelobatón. En los tiempos de mayor esplendor, este CRA llegó a abarcar siete pueblos. Hoy, en una zona castigada por la despoblación, sólo está formado por estos dos: Torrelobatón tiene 17 alumnos y Torrecilla cuenta con estas tres niñas.
La antigua escuela de Torrecilla de la Abadesa fue arrasada por las llamas hace mucho. Si no es por Gabriela, Ángela y Denisa, aquí habría habido otro incendio este año: la ley autonómica prevé el cierre de un colegio si hay menos de tres críos.
Así que en España hay 2,9 millones de alumnos en Primaria, pero sólo tres (hijas de temporeros y agricultores) han salvado un pueblo. Porque un pueblo sin niños es ceniza.
Empecemos por la lección de las zapatillas. Unas son de Gabriela, que tiene ocho años y que quiere ser peluquera. Otras son de Ángela, que tiene nueve y va para dentista. Otras son de Denisa, que tiene 10 y quiere ser educadora. La idea de las zapatillas de andar por casa se le ocurrió a Ángela Garrido, directora del CRA y alumna criada en colegios de pueblo, que copió la idea de un centro de Leeds [Inglaterra] en el que hizo las prácticas. «La escuela tiene que ser acogedora... Antes de conocer la escuela rural pensaba que era una enseñanza pobre y sin calidad. Ahora que la conozco desde dentro, creo que es la mejor: con tres en clase, aprenden sí o sí».
Sigamos por la lección del reparto de tareas. A Gabriela hoy le toca «subir y bajar las persianas». Ángela tiene que «revisar que el baño está en orden y comprobar el ordenador». Denisa ha de «colocar sillas y mesas y poner la fecha en la pizarra».
Continuemos por lo que enseña la letra pequeña: apenas tienen deberes ni extraescolares; la clase puede ser en el aula o en el mirador del Duero; hacen operaciones y dictados, sí, pero también clasifican hierbas del campo.
erminemos por lo que vamos a aprender en los dos siguientes párrafos.
En la mayoría de las aulas de los colegios se escucha cosas como «silencio, por favor», «eso está mal» o «haced el favor de atender».
Aquí no. Aquí, cuando la mañana haya terminado, la maestra Laura Velicia le habrá dicho en cinco ocasiones a Gabriela una misma frase: «Lo has hecho muy bien, ¿no te parece?».
Como quien dice, el año pasado ya se levantó acta de defunción: la escuelita agonizaba, de seis niñas que eran en 2017 iban a pasar a ser tres, y no había modo de mantener aquello abierto.
El pueblo entero -que recordaba los tiempos del maestro don Florentino, la señorita Marisa y aquella escuela de dos aulas con 25 alumnos cada una- comenzó a enfermar un poco.
Entonces la directora Ángela Garrido viajó con la alcaldesa de Torrecilla de la Abadesa a tratar de convencer a los de la dirección provincial. En una suerte de expedición a la desesperada.
«Nos dijeron: 'No podemos hacer nada'. Me fui de vacaciones de Semana Santa angustiada», cuenta Garrido. «Luego, al volver, nos informaron de que había una nueva instrucción que nos favorecía: desde este curso, la legislación autonómica [la más propicia con la enseñanza rural] dice que una escuela de tres alumnos se mantendrá abierta de forma excepcional sólo si al año siguiente se prevé un incremento del alumnado. Ese era el caso de Torrecilla. Respiramos de alivio. Así nos salvamos del cierre».
Los dos alumnos que vendrán son los hermanos de Denisa y de Gabriela y se llaman Diana y Samuel. Sumarán cinco. Y, si no pasa nada raro, seguirán siendo siete profesores, cuatro de ellos itinerando de un pueblo al otro según hagan falta acá o allá.
Sólo hay cinco escuelas de tres alumnos en toda España y las cinco están en Castilla y León, la comunidad autónoma que mejores resultados obtiene en el informe Pisa. Si en Lectura los estudiantes tienen el nivel de Finlandia, en Matemáticas superan a Alemania o en Ciencias son mejores que los de Corea del Sur, dicen los expertos, también es por una causa: las bajas ratios de la escuela rural.
«Si este año se hubiese cerrado, es muy probable que ya no se hubiese vuelto a abrir», concede María Sanz de Pablo, la alcaldesa. «Y ya sabemos lo que supone eso: una escuela dinamiza la vida en el medio rural. Sin los niños, los pueblos se pierden».
Preguntar es examinar. Y en la escuela más pequeña de España hoy lo hacemos nosotros.
-Si tuvieras 30 alumnos en una clase en vez de tres -le decimos a Laura-, ¿serías peor maestra?
-Sería la misma -responde-, pero lo que recibirían ellos sería distinto... Mira, para ellas tres esto es un lujo, pero para mí es un regalo.
-Tú diste clase en la ciudad. ¿Las diferencias?
-La escuela rural es la calidad frente a la vorágine -contesta-. Los niños de la ciudad están empapados de las prisas de sus padres. Aquí viven más al ritmo de la naturaleza, al que marca el paso de las estaciones. Los alumnos de pueblo son más libres, están más conectados consigo mismos, son niños más niños, más puros.
De las sílabas tónicas saltan a las restas con llevadas, de las restas con llevadas a los arrecifes de coral, de los arrecifes de coral al what's the time. Como las que juegan a la rayuela. Quién sabe, quizá si Gabriela estuviese cortando el pelo -«lo estás haciendo muy bien, ¿no te parece?»-, no sonreiría así.
Cada mes es un salto a la pata coja, al ritmo de las estaciones de las que hablaba Laura. Lo siguiente es la castañada que harán en noviembre, en la que uno de los abuelos asará los frutos secos y les hablará como un maestro. Educar a fuego lento, sí. Y también comer del mismo modo.
Ángela acaba de venir desde Torrelobatón para almorzar con su compañera y luego dar las clases vespertinas de inglés. En los tupperware hay arroz tres delicias, humus y pimientos.
El otro viernes las tres niñas tomaron nota, fueron un momento andando a casa, cogieron unas viandas: las cinco hicieron la comida en el parque.
Preguntar es examinar. Y en la escuela más pequeña de España ahora es el turno de la maestra Laura. «Yo me pregunto qué es más importante para un niño. ¿Un paseo en bici con tu padre por la tarde en el campo o encerrarte a hacer los deberes después de un día entero en clase, eh?».
En el aula hay dos globos terráqueos, seis ventanales por los que entra la luz del otoño, dos relojes de pared que suenan desacompasados. Y también alguna letra ejemplar para que la lean las tres niñas. La de la corchera es de Maldita Nerea y dice lo siguiente: «La suerte ayuda a los que quieren volar, más allá del mar, más allá del miedo».
Antoni Benaiges fue un maestro que lo entendió antes que el grupo de pop rock. En 1934 se instaló en Bañuelos de Bureba, un pueblo de Burgos sin agua ni luz en el que había 58 casas, 200 vecinos, una escuela y 32 niños.
Su método pedagógico consistía en abrir las mentes e incluía un gramófono, una imprenta y una promesa a sus alumnos: en el verano, les llevaría a ver el mar.
Aquel sueño de verano se cristalizó en un cuaderno que hicieron los chicos en clase y que se tituló El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca.
«El mar será muy hondo. Será de hondo como dos veces la veleta de la torre. Y tendrá dos metros de largura», escribió el niño Baldomero Sáez.
«El mar será muy grande, muy ancho, muy hondo. Dice Fernando que será como de Vallejopablo al cerro de Quebrantalinos de ancho, metros y metros de hondo», escribió el niño Antonio García.
El maestro fue fusilado en 1936 y no hubo excursión. Aquí en Torrecilla mares no hay. Pero sí hay mapas que te llevan a tesoros.
No son las cuatro extraescolares que tienen los niños de la capital. Ni sus ciudades llenas de cosas. Ni sus fiestas de cumpleaños. Ni sus tropecientos regalos.
Aquí -hoy, esta tarde, por un sendero, mientras hablan del sol, las palabras llanas y los insectos-, las tres niñas y su maestra sólo quieren llegar al río.